Florencia N. Fojgiel y Daniella De Winter
La mayoría de las veces, cuando comienzo alguna de mis conferencias con la pregunta ¿qué es la dislexia? lo primero que ocurre es que la audiencia enmudece casi al instante. Luego, poco a poco, se ven algunas manos tímidas que asoman de entre la multitud y arrojan frases del estilo “¿son aquellos que ven las letras al revés?” “son los que se confunden de dirección?” “son los que tardan mucho en copiar de la pizarra” “son a lo que les cuesta leer en voz alta”, entre otros tantos comentarios.
Lo cierto es que, si bien estas afirmaciones no son del todo erróneas, parecería ser que tienden a simplificar el concepto de dislexia y pueden llevarnos a caer en falsos estigmas. La dislexia, por definición, es una condición neurobiológica, es decir que su origen es de tipo neurológico y tiene un componente genético, que se estima en 60%, lo que significa que se pasa de padres a hijos (Silva, 2011). Conforme a esta definición es pertinente afirmar que la dislexia no es una enfermedad, por ende, no puede curarse.
Lo que sí podemos hacer es prevenir las consecuencias negativas que esta condición tiene en el desarrollo de la conciencia fonológica y posterior habilidad lectora de los niños. Pero, ¿qué es la conciencia fonológica? La conciencia fonológica es una habilidad que permite a los niños reconocer y usar los sonidos del lenguaje hablado (Bravo, 2002).
En otras palabras, es lo que nos permite identificar palabras que comienzan con el mismo sonido, palabras que riman, palabras que tiene la misma cantidad de sílabas o que repiten ciertos sonidos. Posteriormente, la habilidad para asociar e identificar esos sonidos con sus representaciones gráficas (decodificar) será lo que le permitirá al niño leer (Abilia Ruiz Miravalles, 2014). Es decir, pasar de sonidos a grafemas y viceversa. Los niños y niñas con dislexia presentan grandes dificultades en el desarrollo de su habilidad fonológica lo cual deriva en dificultades para leer con precisión y fluidez.
¿Qué pasa, entonces, cundo la correlación entre lo que escuchamos (fonemas) y su representación gráfica (grafemas) no es del todo “transparente”? Pongamos un ejemplo. Qué ocurre cuando escucho “eit” y en verdad debo escribir “eight”. La reacción lógica de TODO niño que está aprendiendo inglés es “¿de dónde apareció esa gh? Y ¿por qué no la escuchamos?” Esto nos muestra mediante un ejemplo claro, la opacidad del idioma inglés, el cual, comparado con el español, es 40 veces más opaco, menos transparente. Esta discordancia entre lo que se escucha y lo que se escribe o entre lo que se lee y cómo se pronuncia representa una dificultad para todos los niños, no solo para aquellos con dislexia. ¿qué podemos hacer, entonces, para ayudar a todos los niños a aprender inglés y sortear la dificultad de la opacidad del idioma?
Aquí le dejamos algunos tips y recomendaciones que hemos desarrollado a lo largo de más de 40 años de experiencia y que son el eje fundamental de nuestro método de enseñanza.
1- Automatizar la decodificación
2- No llamar a las letras por su nombre, sino por el sonido que producen.
3- Utilizar imágenes de objetos conocidos por el niño para reforzar la memoria y ayudarlos a recordar el sonido de la letra.
4- Trabajas con pseudopalabras o “palabras sin sentido” para asegurar que el niño realmente esté decodificando y no asociando de manera incorrecta con palabras que ya conoce.
5- Recurrir a ayuda visual mediante el uso de colores para reforzar la discriminación visual de grafemas (letras) similares que pueden prestarse a confusión.
6- Mucha práctica para estimular al cerebro a recordar y fijar los conceptos adquiridos e identificar ese conocimiento cómo útil.
Los niños y niñas con dislexia tienen todas las condiciones para aprender un segundo idioma, lo que necesitan es de un enfoque y un método adecuado, empático, sistemático y multisensorial que los ayude a desarrollar y entrenar su conciencia fonológica como base para conseguir una lectura fluida y correcta que sirva de base sólida para la construcción y el desarrollo del inglés.