Leda Muñoz García
Fundación Omar Dengo
generaciones que interactúan con el mundo de una manera radicalmente distinta a lo que la
humanidad ha visto hasta ahora, en gran parte como resultado de las tecnologías digitales, y en
especial, el acceso a internet.
El último reporte de la Unesco y la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones), “Technology,
BROADBAND and Education: Achieving Education for All”, publicado a finales del 2012, planteaba
que en ese momento, cerca de 2.500 millones de personas en el mundo tenían acceso a Internet.
En Costa Rica, datos del Censo Nacional de Población del 2011, señalan que más de 60% de
los jóvenes entre 5 y 17 años, reportaron haber utilizado la computadora en los últimos tres
meses y un 53% de estos, usaron el Internet. En el caso de los profesionales de la enseñanza del
sector público, los datos del censo indican que más del 95% utilizó la computadora, y más del
90%, el Internet, en ese período. Si a este panorama agregamos que más del 90% de los centros
educativos del país tienen algún nivel de conectividad, el resultado parece ser un escenario
alentador de enorme potencial.
Pero, ¿qué necesitamos para aprovechar este potencial en favor de la educación?
El acceso universal a la tecnología no se define simplemente como el acceso a los instrumentos.
Es fundamental no dejarse confundir por la idea de que la brecha digital se resuelve con una
distribución masiva de computadoras entre los estudiantes. Si bien las nuevas generaciones
aprenden rápidamente a usarlas, el empleo que hacen varía significativamente según las
circunstancias y contextos de cada estudiante, magnificando las distancias existentes entre grupos
sociales.
En lo educativo en particular, la brecha se aumenta de manera considerable si no hay un
acompañamiento adecuado para que los estudiantes puedan mejorar su proceso de aprendizaje
y no se limiten a aprender sobre las máquinas –cómo se usan, cómo se navega y cómo se
“consumen” las aplicaciones y programas disponibles para fines de entretenimiento—, sino más
bien a aprender con y a través de ellas.
La participación plena en la sociedad globalizada actual, demanda no sólo ciudadanos conectados
y con fluidez técnica; requiere, fundamentalmente, de personas creativas con destrezas en
comunicación, colaboración, resolución de problemas y pensamiento crítico. Personas que puedan
encontrar información confiable y relevante, analizarla y usarla responsablemente. Personas que
puedan generar nuevo conocimiento.
Las tecnologías, en el contexto correcto, son sin duda el medio idóneo para el logro de estos
objetivos educativos. Estas permiten, por un lado, trabajar a gran escala; y por otro, hacen posible
personalizar el ambiente de aprendizaje de cada estudiante, de manera que este sea más cercano
a sus intereses y talentos, y más congruente con las demandas de la sociedad actual. Además,
permiten desplegar estrategias para el desarrollo profesional de un cuerpo de docentes que, en
su mayoría, no se ha preparado para las nuevas demandas educativas y tecnológicas de nuestro
tiempo.
El aporte de las tecnologías, resulta vital si queremos una educación de calidad como la que
Costa Rica aspira. Con el Ministerio de Educación Pública (MEP), la Fundación Omar Dengo
(FOD), viene trabajando incesantemente en ese sentido, y al cierre del 2013, más del 75% de los
estudiantes del sistema educativo costarricense estarán participando en alguno de los programas
que desarrollamos en conjunto, y más de 600 centros educativos trabajan con nuevas propuestas
basadas en el uso intensivo de las tecnologías móviles.
Sin embargo, todos estos esfuerzos que se realizan desde los programas MEP-FOD, a los que se
deben agregar los que están haciendo los padres de familia en términos de proveer tecnologías a
sus hijos, se encuentran limitados por la conectividad de los centros educativos.
El acceso a una red de conectividad de calidad, diseñada con una arquitectura que responde a la
labor educativa que se realiza en las escuelas, permite que los estudiantes y docentes, además de
tener acceso a información de manera oportuna y casi ilimitada, aprendan a utilizar de forma más
extensa las nuevas herramientas y materiales educativos, muchos de ellos con características y
funcionalidades de una enorme riqueza para promover el desarrollo de capacidades cognitivas.
Pero también, una red educativa de calidad tecnológica y educativa, abre la posibilidad de
construir comunidades de aprendizaje en la que los estudiantes sean capaces de participar con
sus docentes, con estudiantes de otras escuelas -cercanas o de otros puntos del planeta-, con
expertos, científicos, artistas, líderes mundiales, entre muchos otros, en un profuso y amplio
proceso en el que confluyen los aprendizajes significativos con la interacción, comunicación y
colaboración.
Esa red educativa de alta calidad es sin duda uno de los objetivos de corto plazo más importantes,
y el país cuenta con la mayor parte de los elementos que se necesitan para su construcción.
Mike Lloyd, en su más reciente libro (Schooling at the speed of thought), señala que “nuestro
futuro es, cada vez más, una carrera entre educación y catástrofe”. Resulta indispensable que
Costa Rica tome la decisión de apostar, una vez más, por la educación. Es la única ruta para el
desarrollo pleno de las personas, y para enfrentar los retos y amenazas que le estamos heredando
a las nuevas generaciones. Se los debemos.