Dr. Alfredo Mora Rojas. MBA.
Director General, Colegio Monterrey.
No existe un recurso más valioso para las metas del desarrollo de la sociedad que la educación. Sin embargo, no estamos refiriéndonos a cualquier educación, estamos pensando en una que sea pertinente, que sea oportuna y un agente que permita transformarnos hacia una mejor sociedad.
Muchas veces, cuando pensamos en la educación, lo hacemos desde la perspectiva tradicional, definiéndola como un puente para el acceso al éxito laboral. Y en parte es cierto y válido. Pero, para hablar de una visión educativa pertinente y actual, se nos exige también buscar más allá cómo potenciar a la persona para que pueda desarrollar una identidad propia, construir una agenda de vida con una direccionalidad clara, desarrollarse integralmente, e incluir objetivos y valores esenciales que involucren su realización plena en los aspectos vitales de su vida. Definitivamente, la educación es el medio por excelencia para que las personas se transformen a sí mismas, produciéndoles una realización integral y sostenible en el tiempo. Estamos hablando de una educación con sentido, para una vida plena.
Aun así, todavía convivimos en un país donde la oferta educativa tradicional propone preparar estudiantes para ser aprobados (o expulsados) del sistema, evaluándolos constantemente contra estándares donde todos debemos saber lo mismo y pensar lo mismo para poder ingresar al mercado profesional.
Sin embargo, los cambios en la sociedad (incluido el mercado) están siendo profundos y constantes, lo que ha generado una visión diferente del pensamiento científico, de la cultura, de las relaciones humanas, y las necesidades empresariales con respecto a los profesionales que se requieren.
Sobre las profesiones, el mercado evolucionó hacia el nuevo profesional transdisciplinario para ofrecer competencias y habilidades necesarias para enfrentar situaciones cruciales en una sociedad diferente, con procesos productivos y personales con altos niveles de complejidad y demandantes de creatividad.
Entonces, la sociedad actual necesita de personas que sean pensadoras críticas, capaces de identificar y proponer respuestas para problemas de múltiples variables, con competencias de creatividad e innovación. Pero además, que logren todo esto con las habilidades y destrezas que faciliten el trabajo en equipo, el desarrollo de los colaboradores, la administración basada en la lealtad a principios y valores, y con el cumplimiento de las metas claves de la organización.
Entonces, el futuro nos demanda transformar constante y profundamente la educación actual, para repensarla y hacerla pertinente, y para esto necesitamos hacer de la persona el centro protagonista de los procesos de aprendizaje. Es una visión que no espera estandarizar la forma de educar, sino más bien individualizar en lo posible las necesidades y formas de aprendizaje de cada persona. Este es un salto monumental que nos abre las puertas a una sociedad muy diferente a la que conocemos. Cambia el modelo, la perspectiva curricular, la mediación pedagógica, la necesidad o no de contenidos, las herramientas y, gracias a todo lo anterior, podemos esperar resultados esperanzadores diferentes.
La educación que facilita la transformación de las personas es la que está orientada a impulsar al estudiante a ser capaz de aprender y desarrollarse por sí mismo con base en procesos de motivación, y por métodos y aprendizajes que le son importantes y significativos, que surgen de lo cotidiano, de la curiosidad y de la creatividad. Debemos, entonces, impulsar una educación que le permita al que aprende el asumir un disfrute y el liderazgo en su aprendizaje, que ya no dependa de la instrucción o presión del docente, ni de la amenaza de una evaluación estándar, sino que se inspire en la motivación, en el interés permanente y apasionante del placer de aprender, de estar en contacto con lo que le es vital, útil, interesante, significativo, y profundamente pertinente para aportarle a sí mismo, a la sociedad y al mercado laboral.
Estamos hablando de una pedagogía de la colaboración, de la autodisciplina, del propio esfuerzo constante, en donde cada uno destaque en sus dones, más que de un modelo de desgaste por la competencia entre los estudiantes y entre las familias. Solo así tendremos nuevas generaciones realizadas, integralmente satisfechas de sus vidas, y con la real capacidad de liderar los cambios profundos que requerimos para colectivamente vivir en paz y prosperidad.