Auria Zárate
Cuando escuchamos la palabra divorcio o separación se nos vine a la mente una serie de pensamientos y sentimientos de tristeza y pena, porque crecimos con el cuento de hadas de “felices para siempre” en el que no hay posibilidad de separarse en el camino, y si fuera así, sería calificado con un “fracaso rotundo”; pero, ¿esto es verdaderamente posible de llamar así? Entonces, qué sucede cuando se decide poner en primer lugar mi salud, ¿es también un fracaso? Y, ¿qué hago cuando la gente me dice: – “recuerde la salud es lo primero”- entonces, ¿qué tomar como cierto, como correcto?
Sin afán de tomar posición a favor o en contra del divorcio-separación, la posición a pensar es la salud, y no solamente la salud física, sino también la salud mental. Justo como lo plantea la Organización Mundial de la Salud, como un Estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad, siendo así ¿hasta dónde es saludable sostener una relación en la que no estoy creciendo, ni siendo mejor cada día, ni disfrutando a plenitud, ni permitiendo que las personas que están a mi alrededor tampoco lo sean, llámense hijos(as) y (ex)pareja?, ¿qué tan saludable soy?, ¿qué tan saludable quiero ser?
¿Podríamos decir que los padecimientos presentes son de un origen distinto a los conflictos que tenemos, como dolores de cabeza, contracturas, nervio ciático, gastritis, colitis, alergias, cansancio permanente, insomnio, falta de apetito, ansiedad, y demás? Sin mencionar aquellas ideas incesantes que nos carcomen el pensamiento y el sentimiento, que nos acompañan día y noche, hasta en los momentos más incómodos y penosos. Claro, que estas ideas se presentan en la mente y tienen un impacto en nuestro cuerpo, en el mío, en el suyo y en el cuerpo de nuestra familia.
Sí, mi familia es parte de esto, porque nuestras acciones no solamente se relacionan conmigo, sino que las dirijo hacia las demás personas, que en algunas ocasiones es para comunicarme con ellas y que por rebote le llegan a otras personas. ¿Cómo así?, pues cuando hago una llamada y le grito improperios al que está del otro lado del teléfono, pero de rebote mis hijos ven cómo me altero, cómo la tranquilidad se va y cómo las emociones se tornan más destructivas que conciliadoras y todo eso también lo reciben, y ellos, de igual forma, se alteran corporal y emocionalmente.
Todos somos testigos que la forma que utilicemos para negociar, resolver, conciliar y/o arreglar, está siendo vista por otros(as), y yo me convierto en un ejemplo de cómo hacer las cosas.
Insultar, menospreciar, acusar, culpar, manipular, hostigar, violentar, molestar, acosar; no es la forma de solucionar las diferencias entre las personas, nunca lo será, y tampoco es el ejemplo que los niños y niñas necesitan, más bien es todo lo contrario. Puede que estas palabras suenen fuertes y duras, pero es lo que sucede en la realidad de este país.
Se le culpa al otro(a) porque la relación se disolvió, se le manipula al otro(a) para que haga lo que yo quiera, se le insulta al otro(a) al frente y a las espaldas, se le acosa al otro(a) porque creo que le puedo controlar, se le menosprecia al otro(a) para que los demás se pongan de mi lado.
Son muchas formas de lastimar al otro, pero hay que recordar que cuando hago eso me lastimo a mí mismo y las personas que más quiero, mis hijos(as). Así que, ¿estoy dispuesto(a) a seguir comportándome de esa forma, o prefiero hacer un alto en el camino y pensar mejor, para cambiar y encontrar una forma más saludable de vivir?
Recordemos, si me altero no es por la provocación que me hicieron, sino porque yo decido responder de esa forma, sea esta positiva para mí y los demás; o sea negativa para mí y los demás, entonces ¿qué decisión tomar?