¿Qué es aprender?

Jaime Gamboa G.

“…la belleza de ser un eterno aprendiz” – Luiz Gonzaga Jr. , Sambista Brasileño.

El aprendizaje verdadero nunca es el que alguien más nos da.  Es el que nos damos nosotros mismos.  Aún cuando estamos en una aula y creemos que otra persona nos está enseñando algo, todo el tiempo somos nosotros, nuestra voluntad, nuestra imaginación, nuestro deseo de aprender, lo que realmente nos eleva y nos permite llegar a ser profesionales o gente de conocimiento.

Yo no sabía esto cuando tenía siete años y mi maestra de segundo grado (una persona que difícilmente había abierto un libro de pedagogía) se empeñaba en dejarme castigado cada vez que yo me distraía en su clase y me quedaba mirando por la ventana.  La clase era monstruosamente aburrida.  En cambio la ventana me enseñaba muchas cosas interesantes: la danza de los come-maíces antes de la lluvia, los veinticinco tipos de mariposas que puede haber en el jardín de una escuela, el rítmico patrón del pájaro carpintero sobre la corteza de un abeto, la cantidad de agua que necesita el portero del edificio para limpiar con eficacia el pasillo frente al aula, y otras cosas así por el estilo.

Si la maestra se hubiera tomado el tiempo para preguntarme qué estaba mirando, tal vez yo le habría contado todo eso.  O tal vez me habría quedado callado para no provocar una ira mayor de su parte.  Lo cierto es que ella nunca preguntó, ni siquiera tuvo el más mínimo interés en lo que pasaba por mi cabeza.  Y sin embargo yo aprendía.  Al rato de mirar para afuera acababa aburriéndome también de la danza de los come-maíces, volvía los ojos hacia la pizarra y me imaginaba que la maestra era un espantapájaros parlante.  De pronto todo se me hacía divertido: la pizarra estaba en medio del campo y las filas de pupitres eran los surcos de un pequeño maizal.  Las bocas sonrientes de mis compañeros eran mazorcas abiertas, y los cuadernos eran cuadritos de tuza llenos de fórmulas y palabras.  Solo entonces, cuando la imaginación me mostraba un camino, comenzaba yo a aprender lo que a la maestra le interesaba.

Desde entonces nada ha cambiado en mi vida.  Me habría gustado leerle alguna vez a  aquella maestra las palabras de Bertolt Brecht, que encontré muchos años después, precisamente en un libro de pedagogía: “Es más importante quien aprende, que aquello que se enseña”.  No hay materia en el mundo que sea más importante que las personas.

Un sistema educativo centrado en las personas, más que en los programas, que escuche más y dicte menos, que sueñe más y castigue menos, que crea en la juventud y le ofrezca espacios para despertar y para ser, será un sistema que no solo entregue títulos, sino que contribuya a llenar este país de eternos aprendices, de gente ávida de conocimiento cada día de su vida.

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