Valores éticos y universidad

Dr. Alban Bonilla
Director Ejecutivo de UNIRE

Con mucha frecuencia, la teoría universitaria hace énfasis en aspectos técnicos, institucionales, financieros, políticos, ideológicos y de diversa índole; y se descuidan algunos aspectos que han de ser tan importantes como aquellos. Aquí ensayo algunos señalamientos que nos pueden servir de guía para redondear una teoría universitaria; es decir, para complementar tanto los aspectos sustantivos como los adjetivos del quehacer universitario.

En primer lugar, el personal docente de las universidades suele estar compuesto por profesionales que hacen docencia y no por profesionales de la docencia, por lo que es usual que se carezca de los conocimientos pedagógicos (algunos prefieren llamarlos andragónicos, atendiendo al destinatario de los servicios: todos adultos) necesarios para el ejercicio de la docencia. Los profesores son médicos, abogados, ingenieros, filólogos que enseñan. Ciertamente, nadie esperaría que exista una profesión que se llame “La enseñanza de la Medicina”, pero sí se esperaría que los docentes, además de la ciencia de fondo para la cual son competentes, tengan la formación psicopedagógica que les permita transmitir creativamente sus conocimientos a los discentes, y que además, lo haga desde la óptica de su propia disciplina, y también desde la óptica de los valores, pues tan importante es saber, cómo aplicar ciertas categorías éticas.

Por otra parte, los docentes siempre han de partir del conocimiento aprendido de los discentes, y es a partir de ahí que han de construir el proceso enseñanza-aprendizaje. De esta forma, el proceso puede resultar dinámico, y por qué no, mutuamente enriquecedor. El viejo esquema: yo sé, tú aprendes, hoy en día ha quedado superado por el aprendizaje conjunto. Entonces, el discente se convierte en un sujeto del proceso y no en un objeto, participando activamente y no como un mero repetir memorístico de datos. Para superar el clásico magister dixit, los métodos participativos de enseñanza-aprendizaje han de constituir una herramienta que empleen todos los docentes. En esto la institucionalidad universitaria tiene su responsabilidad, pues tampoco avanzaríamos mucho que en una Universidad donde unos profesores utilicen estos métodos y los demás continúen el memorismo escolástico.

Un método participativo, por no ser vertical,  necesariamente generará líneas de comunicación horizontal que conduzcan al respeto mutuo, la confianza recíproca, la transparencia del proceso. Entonces, los valores serán vividos y no dictados. Cuando el profesor es el único que sabe, no necesariamente el estudiante es el único que aprende. El estudiante genera sus propios mecanismos de defensa: se estudia para el examen, no para la vida. Cuando el proceso es coparticipativo, experiencia y teoría se juntan en un solo proceso: ganar-ganar, pues ambos (docente-discente) se enriquecen mutuamente.

Para que este proceso culmine, se requiere de una estratégica axiológica, que al menos integre: conocimiento a fondo de la disciplina que se pretende enseñar, conocimiento del plan general curricular en el que participe el discente para engarzar el proceso dentro de conjuntos epistemológicos y que no se hagan procesitos por cursos; es decir, se trata de integrar y dar unidad curricular a un proceso inscrito en varios años de formación; los métodos de evaluación no son ajenos a las metodologías de enseñanza-aprendizaje, pues si estuvieran divorciadas no se avanzaría un palmo; conocimiento del sector estudiantil donde se desarrolla el proceso; vinculación del proceso con la realidad en que se desenvolverá el estudiante: preparar para esta vida, la concreta.

Así las cosas, la formación de valores éticos comienza por las metodologías, por los ejemplos, por las técnicas y calidad de la comunicación, por las vivencias, por las vías elegidas. El profesor más que un modelo, ha de ser un coconstructor, que potencie en el discente las necesidades de convivencia, según cada etapa de la vida.

De esta forma, la axiología se inscribe en el contexto del proceso y de la sociedad donde se da este proceso, no le es ajena. Los valores evolucionan con la sociedad, y el proceso ha de reflejar esta evolución; de lo contrario, corremos el riesgo de estar formando personas para sociedades inexistentes.

La universidad es, antes que nada, formadora de seres humanos, por eso el ámbito axiológico ha de ser el norte del todo el proceso psicopedagógico, en donde la técnica por sí sola carece de valor, si carece de valores provenientes del contexto sociocultural donde se produce. Tan importante es formar un profesional proactivo, emprendedor, como respetuoso de los demás; probo, en el que ciencia y conciencia se junten. El mayor peligro es ciencia sin conciencia

 

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