Félix D. Cabalceta Rodríguez
ACEP
En los últimos meses, pero en realidad durante los últimos años, se ha utilizado la expresión “Violencia en las Aulas”, como un auténtico eufemismo, para hacer referencia a lamentables hechos ocurridos -y que ocurren- en las escuelas y en los colegios.
Debemos tener especial cuidado de asumir, en su literalidad, tal expresión, por cuanto ello nos podría conducir, como conduce algunos, a atacar el problema en sus efectos y en sus medios, dejando de lado, sus verdaderas causas.
Evitar que los estudiantes acudan a las instituciones con armas o que estas no estén a su alcance, evita, sin duda, que la violencia se practique con esas armas, pero no contribuye a erradicar la violencia, por cuanto ésta es una actitud, independientemente del medio con la que se manifiesta. En forma romántica, podemos decir que la violencia radica en el corazón de los violentos.
Es, precisamente, la educación, aquella que se procura en el Hogar, en las Escuelas, en los Colegios, en las Comunidades, en las Iglesias, el único medio para erradicar las conductas violentas de las personas, siempre y cuando logre que estas interioricen, vivan y pregonen, valores fundamentales para la vida en sociedad, entre otros, el respeto por la vida en su dimensión plena, el respeto por los bienes ajenos, por la propiedad privada, por la honra, por la opinión, por la diferencia, que resultan indispensables para instaurar la paz, no como la ausencia de conflicto, sino en su dimensión de armonía, de comprensión y de amor al prójimo, en todas y cada una de nuestras relaciones sociales, como hijos, como padres, como esposos, como educadores, como compañeros.
No es la violencia la que ha llegado a las aulas, es la ausencia de una política educativa seria, consistente y coherente con aquellos valores con los que, precisamente, se formó la Nación, los que asumieron como propios nuestros Abuelos y nuestros Padres, los auténticos padres y madres de la Patria. Una educación como aquella, con la que fuimos formados en lo tocante a valores.
No es posible que se nos mire con “mirada extraña” cuando hablamos de disciplina, rigor en la enseñanza y en el aprendizaje, esfuerzo, dedicación, trabajo, entre otros. Es cierto que, son términos y conceptos que se han dejado de utilizar. Pero esto no es un asunto de términos y conceptos, es que se han dejado de practicar en su significado y en su propósito dentro del proceso de enseñanza y de aprendizaje.
Es necesario retomar un concepto amplio de sistema educativo, el de estructura social, a cuyo cargo está la preservación del acervo cultural mediante la formación de las personas. En este sentido, la educación es responsabilidad de todos, especialmente del Hogar, de la Nación, de la Comunidad y del Barrio.
Es necesario comprender que si bien es cierto que los niños, las niñas y los adolescentes, son titulares indiscutibles de derechos y libertadades, éstos no podrán ser ejercidos correcta y adecuadamente por cada uno de ellos, si tal ejercicio no está cimentado en una adecuada formación.
Los signos de los tiempos evidencian, sin duda, que es hora de que las Autoridades Educativas generen y propicien una profunda reflexión nacional sobre el tema. Una reflexión honda, hasta sus raíces, lo que, para ser posible, implica la participación verdadera, no cosmética ni formal, de los Padres y Madres de Familia, quienes ostentan el derecho fundamental de escoger el tipo de educación que quieren para sus hijas y para sus hijos, de las Autoridades Religiosas, de las del Sector Productivo y de las de Servicio.
¿Violencia en las Aulas? No. La violencia está en los corazones de nuestros niños, de nuestras niñas, de nuestros adolescentes, de los hombres y de las mujeres que la practican. ¿Dónde y por qué ha fallado el Proceso Educativo y Formativo en ellos? Esta es la respuesta que se le debe dar al País formulando los correctivos correspondientes.